A la consciencia se llega… Y también se desarrolla.

Los miles de millones de años de evolución – muchos para nosotros, pocos para el Universo – con que ha cursado la vida en nuestro mundo, han tenido, hasta donde ella va, su cima y culmen en el desarrollo de la Consciencia Individual.

 

Antes del hombre todas las formas de vida evolucionaban, sobrevivían, se adaptaron, crecieron y se multiplicaron – muchas otras también se extinguieron – sin darse cuenta. La evolución era colectiva, de especie, inconsciente. Les sucedía sin darse cuenta. 

 

Con el hombre humano apareció la evolución individual, consciente, auto percibida y – por mucho más que antes – auto determinada. Con nosotros ocurrió un salto de proporciones nunca vistas: Pudimos elegir. 

 

Podemos elegir. Entendamos lo potente de esto: P O D E M O S  E L E G I R.

 

Las plantas no. Están, literalmente, enterradas, atadas a vivir toda su vida en el lugar en que nacieron.  Y por ello, supeditadas a las circunstancias y vicisitudes de su entorno: Un árbol no puede salir corriendo para defenderse del leñador. 

 

Los animales tampoco lo hacen – elegir (aunque algunos mamíferos y primates cercanos a nosotros poseen algunos rasgos que indican que en cuestiones simples y básicas lo pueden hacer). Sin embargo, su comportamiento está determinado primaria y abrumadoramente por el peso de los impulsos, instintos y reflejos con los que la biología y la evolución los dotó: No se ha sabido de un león que decida hacerse vegetariano y diga “paso” ante un trozo de un jugoso y fresco filete de carne; O de un caballo padrón que haya elegido el celibato como forma de superación. Simplemente, la programación genética de su especie elige por ellos. 

 

Nosotros podemos elegir. 

 

Por supuesto, también tenemos circunstancias que nos condicionan; Y que nacemos, siendo seres impulsivos e instintivos.  Hay fuerzas que nos superan en tamaño y que no podemos manejar. 

 

No podemos devolver el tiempo ni cambiar el pasado; Ni revivir a los seres queridos que acaban de fallecer. No sabemos cómo viajar a la velocidad de la luz ni tenemos la fuerza física o mental para detener el acercamiento de un meteorito que amenaza a nuestro mundo, tal como no pudieron los dinosaurios; Tampoco hemos podido hacer que alguien que no desea hacerlo nos ame, por más que nosotros lo quisiéramos.

No somos infalibles, omniscientes ni todopoderosos. Tenemos límites y, también, limitaciones. 

 

Y sin embargo, sí podemos elegir sobre nosotros mismos. 

Podemos pensar sobre nosotros mismos. 

Tenemos el alcance de determinar muchos de los qués, cómos, porqués y para qués de nuestra propia vida. 

Y darnos cuenta de ello. 

En gran medida eso sí está a nuestro alcance. 

 

Podemos elegir sufrir e inmovilizarnos, o aprender, soltar y seguir, a partir de la dificultad, el engaño o el desengaño amoroso. 

 

Podemos aprender a perdonar el daño que nos hacen o escoger la venganza, el castigo y el odio para causarlo de vuelta. Y hasta gozar con eso. 

 

Podemos determinar si quedarnos ignorantes, frágiles e inconscientes, cual es la condición de todo bebé humano al nacer, o elegir cultivarnos, desarrollar la valentía y el valor, el conocimiento y la sabiduría. 

 

Podremos elegir si trabajar para hacernos abundantes en todo orden o aceptar y convivir con la pobreza en la que nos tocó vivir, por la razón que fuese. 

 

Podemos elegir qué pensar, qué sentir, qué creer, qué hacer. Si parar de avanzar o seguir. 

 

La elección con la que nos dotó la Consciencia Individual nos ha brindado una libertad mayor, significativa y poderosamente mayor, que los demás congéneres vivientes de nuestro planeta no tienen aún. Ellos no eligen: Reaccionan. 

 

Elegir es, quizás, entonces, nuestro mayor poder.

Es uno mayor que el dinero, la posición social o el conocimiento. 

 

Y la elección viene de la capacidad que hemos logrado como especie, y que está al alcance del individuo, de volver la mirada hacia nosotros mismos y darnos cuenta de que somos, y de qué somos; Y darnos cuenta de que nos damos cuenta de que somos, pensamos, sentimos, hacemos, estamos, existimos y vivimos. 

 

Ese poder se llama reflexionar. 

 

Reflexionar es poder volver la mirada, la observación, el sentir y el pensamiento sobre 

nosotros mismos para mirarnos, escucharnos y sentirnos. Para percibirnos y sabernos.

 

Elegir y reflexionar son poderes, los frutos más dulces del árbol de la evolución y de la Consciencia Individual, que es su mejor flor. 

 

Hemos llegado, como especie, a la capacidad de desarrollar Consciencia Individual: “Yo soy, yo existo, yo vivo, yo estoy, yo siento, yo pienso, yo hago, yo voy. Y me doy cuenta. Y me puedo dar cuenta de que me doy cuenta… Y, además, como yo, otros también”.

 

Sin embargo, pudiéndolo hacer, también podría no suceder si no elegimos hacerlo. 

Es la gran paradoja, y a la vez, la gran responsabilidad: Podemos, pudiendo, no ejercer el gran poder de elegir; Ni volver la vista hacia nosotros mismos para sabernos y autodeterminarnos. Podemos elegir seguir la ruta de una evolución marcada por la programación de los genes, la crianza y la cultura, con todas sus bondades, y también, todas sus cargas, traumas, pesos y fallos. 

 

Por consiguiente, es necesario darnos cuenta de que todo final – la Consciencia Individual – que fue el final de la consciencia colectiva, es, así mismo, un nuevo comienzo. 

 

Toda cima es el lugar desde donde se puede ver la siguiente cima, porque el camino siempre sigue: “Ahora que soy (que somos) Conscientes, ¿a dónde he de ir? ¿Qué sigue para mí? ¿Hacia dónde habré de dirigir los pasos de mi camino?

 

Sigue desarrollarla. 

Ya se obtuvo. Sigue conservarla, crecerla y aumentarla.

La Consciencia Individual requiere desarrollo. 

 

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Las primeras bacterias con las cuales la vida comenzó nunca tuvieron noción de a dónde las llevaría el viaje de la evolución. Podrían – hipotéticamente hablando – haber pensado: “No sigue nada. Luego de una vida de bacteria volveré a la tierra de donde ha surgido este cuerpo de bacteria que ahora tengo y me perderé en el olvido del árbol de la evolución”. Es una manera entendible de verlo. 

 

Sin embargo, tampoco contaba conque ella, millones de años más adelante, llegaría a ser una bacteria evolucionada que pasó a hacer parte de una comunidad inmensamente mayor de miles de millones de bacterias como ella – y de otras que se adaptaron diferente – que hoy conforman los cuerpos de las plantas, los insectos, los peces, las aves, los animales terrestres y al propio hombre humano, formas en la que la vida sigue su camino. 

Las células de los seres vivos de la naturaleza no son más que las formas evolucionadas y asociadas de aquellas primeras bacterias de la vida. 

Y es real. Así fue como sucedió. De manera que siempre todo sigue, cambia y evoluciona.

Son dos maneras de asumir el asunto. En la primera se retorna al origen por el camino del decaimiento, del recicle. En la segunda se trasciende el inicio para buscar el origen por el camino del crecimiento y la elevación. 

 

¿Qué noción tenemos nosotros, pequeñas bacterias, en el inconmensurablemente gran océano del Universo, que apenas hemos arribado apenas a la noción de saber de nosotras mismas, de qué sigue hacia adelante y hacia arriba? 

 

¿Qué sabemos nosotros de la Vastedad?

 

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Los científicos tienen algunos conocimientos – y por mucho – más hipótesis que certezas – de cómo funciona el Universo.  Sin embargo, no saben cómo fue que todo empezó. ¿Qué podría saber una célula de nuestro intestino acerca de cómo fue que nuestros padres y madres se unieron para procrearnos, si ella misma no se reproduce cómo lo hacemos nosotros? ¿Qué podría saber el pequeño pez que vive en él, de los motivos del ancho mar?

 

Los religiosos también tienen su propia idea de cómo fue que todo comenzó: Una voluntad creadora proveniente un ser Supremo Creador; Sin embargo, no tienen una noción clara de cómo es que esa inmensidad del Universo funciona. ¿Méritos, premios? ¿Pecados, castigos? ¿A eso se reduciría todo? Podría ser. Mas, está realmente seguro de que sea así? ¿Es una certeza conocida o una creencia heredada y aprendida?

 

Los primeros están demasiado ocupados con el mecanismo como para pensar en el origen. Y como las fuerzas físicas que rigen el Universo funcionan, pueden operar y se pueden demostrar sin el concurso de un Creador, suelen asumir que eso es motivo suficiente para negar su existencia. 

 

Los segundos están demasiado convencidos de cómo fue el origen para ocuparse del mecanismo, y asumen que, si este viene de El Creador, no hace mucho sentido cuestionarlo. Al fin y al cabo, si todo proviene de Él, debió haber quedado bien hecho…

 

Uno, usted y yo, podríamos adherirnos a una u otra facción. O de hecho, asumirlas como ciertas a las dos, sin tener que hacer un esfuerzo muy grande para conciliarlas. Sin embargo, finalmente serían las respuestas de otros. Las hipótesis, teorías, confirmaciones, errores, disparates, aciertos, o creencias y convicciones de otros. 

De otros. No las propias. 

 

La Consciencia Individual requiere desarrollo para que podamos seguir a saber cómo fue que ocurrió, para qué; Y qué sigue. 

 

Necesita crecimiento y maduración. 

Es una nueva semilla: Requiere abono, riego y luz. Necesita atención y labor. 

Requiere trabajo. 

 

Y ese proceso es una responsabilidad individual. Quizás de eso trata todo. Vivimos lo que vivimos y nos pasa lo que nos pasa para que a partir de ello ocurra, primero un despertar, y luego un descubrir. 

 

Saber qué somos, quiénes somos y cuál es nuestro lugar y rol en el tejido de la existencia en el mundo Universal y de la vida de nuestro mundo terrenal es un descubrimiento pendiente.  

Es como levantarse una mañana en una habitación de un hotel y darse cuenta de que se estaba dormido. ¿Quién soy? ¿En dónde estoy? ¿Qué hay allí afuera de este oscuro cuarto de las cortinas cerradas? Esas no son respuestas que se leen en libros o se aprenden en la Universidad, como saber cuánto es dos más dos. 

 

Saber qué sigue a partir de hacernos seres individuales con la capacidad de darnos cuenta, de elegir y de autodeterminarnos, es el nuevo paso, el paso siguiente. 

Sigue la evolución de la Consciencia Individual. 

 

Y salir de esa habitación de hotel en la que nos puso la evolución colectiva, de especie, inconsciente, requiere atención, lucidez y claridad. Requiere Luz. Y toda luz proviene, siempre, de una fuente que la irradia, ya una estrella, un espejo, una bombilla, una vela o un faro. 

 

Todo faro muestra un camino. Y cuando se adquiere Consciencia Individual se adquiere un Faro, porque ella es El Faro mayor. Sigue desarrollarla. Desarrollarlo. 

 

 

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